El pensamiento característico de este momento es signado por la actividad simbólica. Es un pensamiento egocéntrico, tendiente a fortalecer su sentimiento de mismidad, no separa su yo del medio que lo rodea y se le dificulta tener en cuenta el punto de vista del otro.
En ocasiones, atribuye a seres no reales el origen de algunos acontecimientos.
El mundo del niño de 3 años está constituido por su círculo familiar inmediato (padres, hermanos, abuelos). Su admiración y amor están centrados en el padre y la madre. Tiene celos de la relación de ellos y se siente excluido de ellos. Asume las diferencias sexuales. Aparecen conflictos en su identificación con el adulto: desea identificarse con el progenitor del mismo sexo. Le provoca una violenta angustia y una sensación de inseguridad el nacimiento de un hermano.
Se instala el afianzamiento del yo: el niño se convierte en objeto de vivencias, se vuelve consciente de sí en su encuentro con el mundo y en su actividad en él.
Es curioso, busca explicar fantasiosamente aspectos de la realidad.
Posee una conducta más sociable. Puede captar expresiones emocionales de los otros (alegría, enojo). Los sentimientos son más duraderos y diferenciados y se centran en las relaciones familiares.
El niño experimenta frente a las cosas su propio poder y su impotencia, por este medio encuentra paulatinamente el camino para llegar a su yo. El yo social se desarrolla con otras personas y es portadora de sentimientos de simpatía y antipatía. El yo activo se desarrolla a partir de la relación con los objetos y se verifica en forma de juego, por tal razón el yo lúdico es la forma más importante del yo activo en esta etapa.
Oscila entre la independencia que le permite jugar y la dependencia y necesidad de consuelo propias de un bebé. Comienza hacer valer sus derechos, y su conducta se caracteriza por una actitud desafiante. Realiza pequeños encargos en la casa, ayuda a la madre en sus tareas.
Puede alimentarse, con cuchara, por sus propios medios y usar el vaso, maneja a su modo el tenedor. Es capaz de lavarse y secarse las manos, cepillarse los dientes.
Suele resistirse a comer cuando produce alguna perturbación en la relación con los padres.
Sobrelleva momentos de frustración o soledad succionando su pulgar, una sábana o frazada o llevando a cabo acciones propias de un bebé. En momentos de angustia puede no controlar esfínteres. Tiene dificultades para dormir, relacionados con sus propios temores y ansiedades. Desea mostrar todo lo que posee para negar de ese modo sus sentimientos de pequeñez.
Le produce satisfacción jugar con su cuerpo y con sus genitales (etapa anal).
Se masturba y encuentra en ella una fuente de consuelo.
El acto de defecar va acompañado de cualidades agresivas. Los excrementos y orina adquieren en su fantasía poderes mágicos. Tiene miedos de sus propios excrementos.
La etapa fálica comienza aproximadamente a los 3 años y medio cuando aparecen las distinciones de sexo y sus correspondientes conflictos (angustia de castración y complejo de Edipo).
Experimenta gran interés por los productos de su propio cuerpo.
Motricidad gruesa:
Puede mantenerse en equilibrio con los talones juntos. Su correr es más suave y espontáneo, acelera y modera la velocidad con mayor facilidad. Da vueltas más cerradas y domina las frenadas bruscas. Inhibe mejor los movimientos involuntarios. Puede mantenerse en un solo pie durante unos segundos. Da pasos de marcha y carrera sobre las puntas de los pies. Camina hacia atrás largas distancias. Salta con los dos pies juntos desde una altura de 30cm. Patea pelotas grandes con facilidad. Se siente capaz de todo tipo de maniobras y acrobacias. Al subir las escaleras, lo hace con mayor soltura y seguridad, alternando los pies cuando baja. Empieza a manifestar predominio de su lado hábil. Les gusta pedalear un triciclo, lanzar pelotas y hamacarse.
Motricidad Fina:
Puede sacarse los zapatos, desabrocharse botones de adelante y de costado, pero aún se le dificulta prenderlos. Puede servir líquidos de una jarra no muy pesada a un vaso sin derramar.
Posee control de partida y llegada del dibujo, utilizando lápices y pinceles. Imita la forma de tomar el lápiz de los adultos, hace la pinza correctamente. Realiza trazos mejor definidos y controlados. No puede doblar un papel en diagonal porque es inepto en los planos oblicuos.
Tiene una manipulación más fina del material de juego. Construye torres, tiene mayor dominio de la coordinación en la dirección vertical.
El vocabulario pasa de unas cuantas palabras a varios cientos. Las frases se hacen más largas y complicadas, incluyendo preposiciones y artículos. Aparecen el género y el número en las palabras. Utiliza formas verbales compuestas (ando y endo). Repite oraciones.
Puede describir el uso de objetos cotidianos, se divierte con el lenguaje, disfruta los poemas y reconoce cuando se le dice algo absurdo. Responde a preguntas simples.
Expresa a través del lenguaje sus ideas y sentimientos de ambivalencia (amor, odio). Comprende relaciones entre acontecimientos y las expresa lingüísticamente.
Lenguaje egocéntrico:
El lenguaje egocéntrico no está destinado a los demás, y esto ocurre porque el niño no tiene en cuenta la capacidad de comprensión del otro. No tiende a establecer verdades sino a satisfacer deseos. Utiliza en bastantes frases el “yo” y el “mi” (antes se llamaba por el nombre). Se consideran tres estadíos:
– Repetición o Ecolalia: el niño repite sílabas o palabras que ha escuchado aunque no tengan gran sentido para él, las repite por el placer de hablar, sin dirigirlas a alguien.
– El monólogo: el niño habla para sí mismo, como si pensase en voz alta. No se dirige a nadie, por lo que estas palabras carecen de función social y sólo sirven para acompañar o reemplazar la acción. La palabra para el niño está mucho más relacionada a la acción que en el adulto. De este hecho resaltan dos consecuencias importantes: en primer lugar, el niño está obligado a hablar mientras actúa, incluso cuando está sólo, para acompañar su acción; en segunda instancia, el niño puede utilizar la palabra para producir lo que la acción no puede realizar por sí misma, creando una realidad con la palabra (fabulación) o actuando por la palabra, sin contacto con las personas ni con las cosas (lenguaje mágico).
– Monólogo en pareja o colectivo: cada niño asocia al otro su acción o a su pensamiento momentáneo, pero sin interesarse por ser escuchado o comprendido realmente. El punto de vista del interlocutor es irrelevante; el interlocutor sólo funciona como provocador, ya que se suma al placer de hablar por hablar el de monologar ante la presencia de otros. Durante el monólogo colectivo, las frases dichas son sólo expresiones en voz alta del pensamiento de los integrantes del grupo, sin intenciones de comunicar nada a nadie.
El juego característico del niño de tres años es el juego simbólico o de ficción («hacer como si»), esta es una de las cinco conductas que caracterizan la función de representación (las otras son: la imagen mental, la imitación diferida, el lenguaje y el dibujo).
Los juegos simbólicos que practican espontáneamente los niños tienen las siguientes características:
A medida que el niño se desarrolla, el juego simbólico va evolucionando en forma natural y paulatina, favorecido por los procesos de su pensamiento, que va superando el egocentrismo, y por su mayor nivel de socialización.
Ver comentarios
Puedes poner la referencia bibliográfica por favor. Muchas gracias!!