Un conejo, un títere y un perro lanudo decidieron hacer un viaje en globo. El conejo era el piloto.
A poco de estar volando, atravesaron una nube, de abajo hacia arriba.
Pero no pudieron encontrar nada con qué taparlo.
El globo siguió subiendo y el títere casi se cae, porque intentó atrapar los últimos hilos de una llovizna que pasaba apurada.
Y de pronto, los tres vieron un bellísimo arco iris.
Y tanta alegría sintió, que saltó al borde del cesto para saludarlos. Por suerte, el perro lanudo lo sujetó a tiempo y no se cayó.
Asombrados, veían la ciudad con sus casas como de juguete y les pareció que toda la vida habían andado por el aire.
De pronto, el conejo se alarmó:
Sin embargo, ellos no veían nada.
El perro lanudo dio su parecer:
El títere se tapó las orejas, por si rugía un trueno.
Los tres quedaron arrinconados en el cesto y, cuando al fin se incorporaron, vieron con terror que se les acercaban los pajarracos pinchadores. Tenían largos picos afiladísimos.
Menos mal que pasaba por allí el viento aventurero. Y cuando uno de los pinchadores se acercó, el viento alzó el globo hasta lo más alto del arco iris, entonces los pajarracos lo perdieron de vista.
Los pinchadores vieron el globo, pero el viento se lo llevó debajo del arco iris. Entonces, como el viento aventurero ya no estaba, los pinchadores volvieron a perseguirlos.
Llegaron a un metro del globo, a medio metro, a quince centímetros. Ya estaban los pinchadores apenas a dos centímetros del globo, justo cuando éste pasaba por la nube agujereada, a través del mismo agujero que había hecho al subir. Pero los pajarracos no pudieron pasar porque la nube cerró su espacio abierto con un círculo de tormenta y relámpagos.
A los pinchadores se les quemaron las puntas de los picos y ya no podían pinchar nada. El globo aterrizó en medio de muchos conejos, perros y títeres que habían llegado de todas partes para festejar el regreso de los aventureros.
Y también había muchos chicos que los saludaban y los aplaudían.
Cuando los tripulantes bajaron del globo, el festejo alcanzó el tamaño de una ciudad.
María Granata