Un conejo, un títere y un perro lanudo decidieron hacer un viaje en globo. El conejo era el piloto.
A poco de estar volando, atravesaron una nube, de abajo hacia arriba.
- Le hicimos un agujero a la nube –dijo el títere.
- Se lo tendríamos que remendar –dijo el perro, muy preocupado.
Pero no pudieron encontrar nada con qué taparlo.
- Es la primera vez que, en el cielo, se ve una nube tan agujereada –dijo una tortuga que estudiaba astronomía.
El globo siguió subiendo y el títere casi se cae, porque intentó atrapar los últimos hilos de una llovizna que pasaba apurada.
Y de pronto, los tres vieron un bellísimo arco iris.
- ¡Los siete colores! –anunció el conejo.
- Rojo, anaranjado, amarillo… -dijo el perro, señalándolos.
- Verde, azul, añil y violeta –agregó el títere, encantado con los colores.
Y tanta alegría sintió, que saltó al borde del cesto para saludarlos. Por suerte, el perro lanudo lo sujetó a tiempo y no se cayó.
Asombrados, veían la ciudad con sus casas como de juguete y les pareció que toda la vida habían andado por el aire.
De pronto, el conejo se alarmó:
- ¡Estamos en peligro! Los radares anuncian que hay algo que nos atacará.
Sin embargo, ellos no veían nada.
- El único peligro que corremos, es que se pinche el globo –razonó el títere.
El perro lanudo dio su parecer:
- Puede ocurrir que caiga un rayo y que el globo deje de ser redondo.
- No se ve ni un poco de tormenta eléctrica –observó el conejo.
- No se ve, pero tal vez se esté preparando una tormenta en el aire que está adentro del globo –insistió el perro, preocupado.
El títere se tapó las orejas, por si rugía un trueno.
Los tres quedaron arrinconados en el cesto y, cuando al fin se incorporaron, vieron con terror que se les acercaban los pajarracos pinchadores. Tenían largos picos afiladísimos.
- ¡Estamos perdidos! –se desesperó el conejo.- ¡Nos van a desinflar el globo!
Menos mal que pasaba por allí el viento aventurero. Y cuando uno de los pinchadores se acercó, el viento alzó el globo hasta lo más alto del arco iris, entonces los pajarracos lo perdieron de vista.
- ¿Ustedes vieron un globo por aquí? –les preguntaron a los colores.
- Lo vi, pero ya no lo veo –dijo el rojo.
- Pasó cerca de mí –contestó rápidamente el anaranjado.
- A mí me tocó –respondió el amarillo.
- Yo estaba mirando al revés –dijo el verde.
- Yo vi dos orejas de conejo –agregó el azul.
- Y yo, un títere que les sacaba la lengua a ustedes –dijo el añil.
- Y un perro que les mostraba los dientes –contestó el violeta.
Los pinchadores vieron el globo, pero el viento se lo llevó debajo del arco iris. Entonces, como el viento aventurero ya no estaba, los pinchadores volvieron a perseguirlos.
Llegaron a un metro del globo, a medio metro, a quince centímetros. Ya estaban los pinchadores apenas a dos centímetros del globo, justo cuando éste pasaba por la nube agujereada, a través del mismo agujero que había hecho al subir. Pero los pajarracos no pudieron pasar porque la nube cerró su espacio abierto con un círculo de tormenta y relámpagos.
A los pinchadores se les quemaron las puntas de los picos y ya no podían pinchar nada. El globo aterrizó en medio de muchos conejos, perros y títeres que habían llegado de todas partes para festejar el regreso de los aventureros.
Y también había muchos chicos que los saludaban y los aplaudían.
Cuando los tripulantes bajaron del globo, el festejo alcanzó el tamaño de una ciudad.
María Granata