Pablo y Victoria eran dos nenes que vivían la ciudad con su mamá, su papá y Caty, la tortuga tranquila.
A Pablo le encantaba ir y venir en su patineta, y su hermanita Victoria disfrutaba paseando a sus muñecas. Su mamá no los dejaba jugar en la calle porque pasaba auto tras auto, y ni que hablar de los grandes camiones y micros. Por eso, cuando volvían de la escuela, jugaban dentro de la casa, y Caty, la tortuga, debajo de una mesa comía sus hojas de fresca y tierna lechuga.
Una mañana temprano sonó el timbre; era el cartero que traía una carta.
A los pocos días partieron con pesados bolsos. Pablo llevaba una caja con agujeros en la tapa, adentro viajaba muy cómoda Caty, la tortuga tranquila.
Ya en el tren, los chicos no se cansaban de gritar:
Ya llegaban a la estación y ahí estaba esperándolos el tío Daniel, con su gran bigote, su camisa a cuadros y sus botas relucientes.
Un fuerte abrazo a toda la familia. Subieron a la camioneta y se dirigieron a la granja.
Un perro salió ladrando, algunas gallinas corrieron agitando sus alas y unos patos saltaron desde dentro de un lago.
El perro se quedó mirando una caja que se encontraba sobre un tronco.
Poco después, Pablo y Vicky volvían con el tío, cada uno de ellos volvía con una fuente llena de huevos.
De pronto, Pablo se acordó de Caty. Fue corriendo hasta el tronco y cuando llegó vio un montón de pedazos de cartón sobre el pasto, pero la tortuga no estaba.
Del susto, abrió la boca bien grande. Vicky tiró la fuente que traía en las manos y comenzó a llorar. También la fuente de Pablo rodó por la granja.
Y ahí estaba Pancho cuidando a Caty, la tortuga tranquila, que no dejaba ver ni la cabeza ni las patas. Cuando el pícaro perro los vio llegar, gruñó, luego movió la cola y se metió en su cucha.
Pablo tomó a Caty en sus manos, tocó su caparazón y observó como la tortuga asomaba su cabeza y luego las patas.
En ese momento apareció la mamá que preguntaba:
El papá miró a los chicos y luego empezaron a reír a carcajadas.
Con los huevos que quedaron sanos, la mamá preparó una rica torta de chocolate.
Al día siguiente, Pablo y Vicky ya eran amigos de Pancho, el perro, que miraba como los chicos tiraban maíz a las gallinas y trocitos de pan a los patos.
Pero había que volver…
Ya en la estación, el tío dijo, sonriendo:
Sonó la campana, partió el tren y cuatro pañuelitos desde la ventana se agitaban: