Pablo y Victoria eran dos nenes que vivían la ciudad con su mamá, su papá y Caty, la tortuga tranquila.
A Pablo le encantaba ir y venir en su patineta, y su hermanita Victoria disfrutaba paseando a sus muñecas. Su mamá no los dejaba jugar en la calle porque pasaba auto tras auto, y ni que hablar de los grandes camiones y micros. Por eso, cuando volvían de la escuela, jugaban dentro de la casa, y Caty, la tortuga, debajo de una mesa comía sus hojas de fresca y tierna lechuga.
Una mañana temprano sonó el timbre; era el cartero que traía una carta.
- Es el tío Daniel –dijo el papá.- Nos invita a su granja.
- Voy a llevar mis autitos y la patineta –exclamó Pablo, contento y entusiasmado.
- Y yo, el balde y la pala de plástico –dijo Vicky.- Y también mi osito.
- ¿Y Caty? –preguntó Pablo.- Ahora mismo voy a buscar una caja de cartón para ella, no puede quedarse sola en casa.
A los pocos días partieron con pesados bolsos. Pablo llevaba una caja con agujeros en la tapa, adentro viajaba muy cómoda Caty, la tortuga tranquila.
Ya en el tren, los chicos no se cansaban de gritar:
- ¡Miren las vacas en ese campo!, ¡Y dos ovejas desde la tranquera!, ¡Y también hay muchos chanchos y caballos!
Ya llegaban a la estación y ahí estaba esperándolos el tío Daniel, con su gran bigote, su camisa a cuadros y sus botas relucientes.
Un fuerte abrazo a toda la familia. Subieron a la camioneta y se dirigieron a la granja.
Un perro salió ladrando, algunas gallinas corrieron agitando sus alas y unos patos saltaron desde dentro de un lago.
- Ese es Pancho, el perro –dijo el tío.- ¡Van a ver qué juguetón es! Y le arrojó un palo, entonces Vicky le dijo al tío:
- Trajimos a Caty, la tortuga. ¿No se la va a comer el perro?
- Seguro que no –dijo el tío.- Y ahora vengan conmigo al gallinero a buscar huevos, quiero hacerles una torta casera.
- ¡Qué bueno! –exclamaron los niños, mientras seguían al tío.
El perro se quedó mirando una caja que se encontraba sobre un tronco.
Poco después, Pablo y Vicky volvían con el tío, cada uno de ellos volvía con una fuente llena de huevos.
De pronto, Pablo se acordó de Caty. Fue corriendo hasta el tronco y cuando llegó vio un montón de pedazos de cartón sobre el pasto, pero la tortuga no estaba.
Del susto, abrió la boca bien grande. Vicky tiró la fuente que traía en las manos y comenzó a llorar. También la fuente de Pablo rodó por la granja.
- Tranquilos –dijo el tío.- Seguro que el perro se llevó a Caty a su cucha.
Y ahí estaba Pancho cuidando a Caty, la tortuga tranquila, que no dejaba ver ni la cabeza ni las patas. Cuando el pícaro perro los vio llegar, gruñó, luego movió la cola y se metió en su cucha.
Pablo tomó a Caty en sus manos, tocó su caparazón y observó como la tortuga asomaba su cabeza y luego las patas.
En ese momento apareció la mamá que preguntaba:
- ¿Y los huevos para hacer la torta?
El papá miró a los chicos y luego empezaron a reír a carcajadas.
- Allá –dijo Pablo, señalando una cantidad de huevos rotos en la granja.
Con los huevos que quedaron sanos, la mamá preparó una rica torta de chocolate.
Al día siguiente, Pablo y Vicky ya eran amigos de Pancho, el perro, que miraba como los chicos tiraban maíz a las gallinas y trocitos de pan a los patos.
Pero había que volver…
Ya en la estación, el tío dijo, sonriendo:
- La próxima vez voy a visitarlos a la ciudad.
Sonó la campana, partió el tren y cuatro pañuelitos desde la ventana se agitaban:
- ¡Hasta muy pronto, tío!