Ese primer día de otoño, el barrio amaneció empapelado de unos llamativos carteles.
- ¡Un concurso de hojas secas! –exclamaron a coro los cuatro amigos que iban juntos al colegio.
María Emilia se detuvo y comenzó a leer en voz alta el cartel:
“Para festejar el otoño…
El club del barrio: La buena vecindad tiene el agrado de invitar a los chicos de la zona a participar en el gran concurso de hojarasca. Para ello se necesita: – Hojas secas de todos los tamaños, formas y tonalidades. – Otros materiales que encuentren en sus casas. – Mucha imaginación. Los concursantes deberán traer su obra distinta y original el último domingo de otoño y exponerla ante un distinguido jurado compuesto por la señora Margarita Céspedes, Directora de la escuela; el Sargento Rosales y Don Jacinto Nomeolvides, el calesitero. Primer premio: una bicicleta, además de regalos y entradas para el circo, vamos, ¡anímate y anótate!” |
- ¡Qué buena idea! –dijo Enzo y agregó: -¿Qué tal si a la salida del cole vamos a anotarnos?
- ¡Sí! –respondieron los otros, entusiasmados.
Una bicicleta, pensó Gerónimo, quien había soñado tener una para dar vueltas por la plaza y jugar carreras con sus amigos. Pero, claro, un grave problema se le presentaba porque a él pocas veces se le ocurría algo distinto.
Esa mañana se pasó volando entre cuentas de multiplicar y lecturas de cuentos.
A la salida de la escuela, María Emilia, Bárbara, Enzo y Gerónimo se dirigieron al club, donde una empleada anotó sus datos y les entregó las bases del concurso. De regreso a casa, Gerónimo empezó a recoger cuanta hojita seca veía, no era cuestión de perder tiempo. Sus amigos se rieron.
Barby le dijo:
- Gero, primero debes pensar en el trabajo que vas a presentar.
- Y luego buscar las mejores hojas para hacerlo –completó María Emilia.
Sin embargo, Gerónimo siguió con la tarea, y para cuando llegó a la puerta de su casa, no sólo tenía los bolsillos del guardapolvo y del pantalón llenos, sino que se había sacado la bufanda y con ella había envuelto muchas hojas que crujían y se quejaban de los apretones.
Al verlo así, con ese revoltijo de hojas entre sus brazos, María Emilia se acordó de su piñata de cumpleaños y ahí mismo se le ocurrió construir una para el concurso; Enzo se acordó de su barrilete y ahí nomás propuso hacer uno con distintas hojas.
Bárbara, entre tanto, seguía pensativa, pues cuanto más miraba a Gerónimo, más recordaba a un pequeño y simpático espantapájaros que sus primos tenían en el campito de Ramallo, feliz sonrió porque ya sabía qué presentaría en el concurso.
Cada uno de los niños guardó bien su secreto, se despidieron y continuaron viaje. Sólo Gerónimo seguía indeciso.
Sin embargo, y como era emprendedor, esa tarde, después de los deberes y la merienda, Gero salió al jardín a recolectar todavía más hojas, que guardó en una caja. Luego siguió con los jardines de los vecinos. Su mamá le prestó el carrito de las compras para cargarlas y el cuarto de los escobillones para guardarlas.
Ahora bien, para guardar las que juntó en la plazoleta, el dispensario y la canchita de bochas de los jubilados, Don Gabriel, el dueño del taller, le hizo un lugar en el depósito. Ya no quedaba sitio cerrado, libre de hojas. El tiempo pasaba y los vecinos se preguntabas: ¿Qué construirá Gerónimo con tantas hojas?
Buena pregunta: Gerónimo aún no lo sabía.
La noche anterior al concurso, Gero se sintió cansado, no había hecho más que recoger hojas y, a la vez, triste porque no se le había ocurrido nada para presentar en el club al día siguiente.
Se acostó, acomodó la almohada, pero no pudo dormir. Contó ovejas, luego hojas, pero… nada. Y vuelta va, vuelta viene, antes de que el sueño lo atrapara… ¡encontró la solución!
Se despertó temprano y fue hasta el taller de Don Gabriel a pedirle que lo ayudara a trasladar las hojas en su camioneta. El vecindario se reunió para verlo salir y acaso espiar la obra, pero lo único que observaron fueron miles de hojas de diferentes variedades y tamaños. Muchos de ellos ayudaron a terminar de cargarlas.
Esa mañana, el club estaba alborotado. Los concursantes entraban y salían con sus obras y las ubicaban en los estantes del salón. Allí había de todo: la piñata de María Emilia, el barrilete de Enzo, el espantapájaros de Barby, un reloj cucú, un par de alas, un centro de mesa, un molinete, una pelota de fútbol, un portarretratos… todo hecho con hojas.
Gerónimo llegó último y pidió un lugar, no entre los estantes, sino en el piso. Con la ayuda de Don Gabriel fue acomodando las hojas. Nadie puso entrar hasta que su obra estuvo terminada.
Al abrirse la puerta del salón, el jurado observó ¡Un gran colchón de hojas para disfrutar!
Todos quisieron probarlo. Primero, el jurado, luego, los chicos hicieron crujir las hojas, dieron vueltas carnero, saltaron y tiraron al aire manojos del colchón.
De más está decir que todos los chicos recibieron regalos y entradas, pero, a pedido de todos, Gerónimo ganó el primer premio.
-G. Romeo-