Cuento: Los tres vampiros

En lo alto de una colina había una casa abandonada y allí vivían tres vampiros: Shover, Burguers y Lechuz.

Durante el día se la pasaban durmiendo, colgados del techo, pero cuando se hacía de noche los vampiros salían a pasear y a alimentarse.

El problema es que hace mucho que estos vampiros no toman ni una gota de sangre, claro,  cuando todos se enteraron de que en la colina había vampiros, decidieron alejarse de ese lugar por miedo que los vampiros pudieran atacar a las ovejas, a las vacas o mucho peor, a las personas.

Por eso, después de varios días sin alimentarse, Shover miró a sus hermanos y dijo:

– ¡Tengo mucha hambre! ¿Qué vamos a hacer?

y Burguers dijo:

– ¿Y si comemos frutas como los murciélagos?

– ¡PUAJ! No, yo quiero sangre. – dijo Lechuz, y de pronto se le ocurrió una idea.

«Si la sangre no viene a la colina, nosotros iremos a la ciudad a buscarla»

– ¡A la ciudad, no! – Gritaron los otros dos, asustados. – Está lleno de ajos, espejos y gente que nos odia.

– Ustedes lo dijeron, lleno de gente, que está llena de sangre. Lo único que tenemos que hacer es disfrazarnos para que nadie nos descubra.

Shover decidió esconderse en una alcantarilla y así llegar a la ciudad, pero, ni bien llegó, se encontró con un montón de ratas que lo miraron mal.

– ¿Y este ridículo disfrazado de Batman de dónde salió? – dijeron las ratas, y lo echaron a mordiscones.

Todo dolorido, Shover se volvió a la colina.

A Burguers no le fue mucho mejor, decidió subirse a un árbol junto a los cuervos, pero rápidamente se dieron cuenta que era un intruso cuando lo vieron colgado de una rama ¡boca abajo!

Todo picoteado y con agujeritos en sus alas, Burguers volvió a la colina.

Por suerte, Lechuz tuvo una gran idea, entró a un negocio y se mezcló entre los paraguas, y esperó hasta que una suave llovizna comenzó a caer. A los pocos minutos, una abuelita entró al negocio y compró un paraguas.  Salió del negocio, abrió el paraguas y con Lechuz tomado de las patas, comenzó a caminar.

Lechuz no lo dudó y comenzó a volar, llevando a la abuelita con él. Cuando llegaron a la colina, los vampiros se prepararon para cenar…la sangre de la abuelita, claro. Pero la abuelita, que no entendía qué estaba haciendo ahí, buscó en su cartera y encontró un gran libro de cuentos, los sentó a los tres en una ronda y comenzó a leer. Antes de que los vampiros se dieran cuenta, la abuelita ya les había contado todos los cuentos del libro y se había quedado dormida.

En ese momento, los vampiros se miraron y supieron lo que tenían que hacer: con mucho cuidado, levantaron a la abuelita y la llevaron volando hasta el banco de una plaza.

Shover, Burguers y Lechuz entendieron que las personas podían ser muy divertidas y de buen corazón. De ahora en más, se alimentarían de frutas igual que los murciélagos y ya no lastimarían a nadie.

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