Aquella fue una temporada distinta porque a los chicos se les cayeron más dientes que nunca. ¡Los ratones Pérez no daban abasto!
Una noche, por fin, los ratones decidieron que por primera vez emplearían un ayudante ajeno a la familia. El elegido fue el primero que pasó, el joven ratón García.
Pero no hubo tiempo de enseñarle la tarea, sólo le dieron una bolsita con monedas y las direcciones de los chicos a los que había que llevárselas.
Con el primer chico, el ratón García se equivocó de dirección. Buscó y buscó debajo de la almohada, pero no encontró nada. Nervioso, le abrió la boca para comprobar si le faltaba un diente pero, en ese momento, el niño se despertó y, asustado, comenzó a gritar tan fuerte que su padre, de la otra habitación, lo escuchó y corrió a ver qué estaba ocurriendo. Al encender la luz, descubrió al ratón García y, sin dudarlo, atacó a zapatillazos al pequeño ratón.
Aturdido por los golpes, el ratón se dirigió a la casa del segundo chico que tenía en su lista de direcciones pero, al llegar, encontró, debajo de la almohada un diente, dos dientes, tres, cuatro, cinco, ¡Veinte dientes!
El ratón se quedó muy sorprendido, y pensó que la solución más conveniente era dejarle todas las monedas (claro, él no sabía mucho sobre dientes).
Cuando regresó al depósito de los ratones Pérez a buscar más monedas, y luego de explicarle a todos lo que había ocurrido, el ratón tesorero, encargado de recibir y entregar monedas, se puso furioso y regañó al ratón García:
- Ese chico pone debajo de la almohada, diente de plástico. ¡Te ha engañado! –gritó.
El ratón García se sentía muy apenado. Prometió que iba a tener más cuidado y estaría atento para que no lo vuelvan a engañar. El ratón tesorero le entregó más monedas y García partió.
Cuando llegó a la tercer casa, García se confundió de habitación, allí se encontraba durmiendo el abuelo del niño, sobre la mesita de luz estaba su dentadura postiza. Nuevamente sorprendido, García exclamó:
- ¡No puede ser, se le salieron todos los dientes!
Pero antes de que lo engañen, se aseguró que no sean de plástico. Cuando quiso levantarlos, se dio cuenta que eran muy pesados:
- ¡Estos dientes son de verdad! –pensó el ratón.
Y muy entusiasmado, le entregó todas las monedas.
Cuando regresó y les contó a sus compañeros lo que había ocurrido, se enojaron mucho con él. Lo que ocurría era que el ratón García era tan despistado que no podía realizar bien su tarea. El gerente Pérez estaba tan preocupado que decidió llamar a un buen amigo, el ratón Benítez, para que lo ayude.
El ratón Benítez escuchó atento todas las declaraciones, y finalmente dijo:
- Este ratón está muy distraído, pero yo sé lo que le ocurre, le falta un buen incentivo, ¡Ya sé! Este ratón trabajará conmigo juntando quesos, y luego de cada jornada, podrá llevarse un pedazo a su casa.
El ratón García, al escuchar esto, sonrió de felicidad. Este sí era un trabajo para él. Y con un pedacito de queso en su boca, se unió a la fila de ratones trabajadores.