Pensando en dar el primer paso hacia esta nueva experiencia, me detuve en todo el camino ya recorrido y todas las maneras en las que, casi sin querer, vamos dejando huellas en la vida del otro.
Si hacemos memoria podemos encontrar un sinfín de momentos que nos marcaron y fueron definiendo nuestro paso por esta vida.
Huellas que van determinando nuestro contacto con el entorno, con nuestras emociones y con nuestros vínculos futuros.
Huellas que desde el día 1 imprimen los adultos con sus acciones y actitudes al transmitirnos su visión del mundo con su propia ideología.
A través del contacto afectivo, podemos aprender desde pequeños que el mundo es un lugar cálido y seguro o un espacio áspero y amenazador.
Huellas dejan los abrazos sentidos, una charla profunda o una mirada cómplice.
Huellas dejan los gritos, un desencuentro o una mirada de desprecio.
Huellas vamos dejando, también, a cada paso que damos y esa es una enorme responsabilidad para quien simplemente está viviendo.
¡Qué lindo y qué importante formar parte del otro, pero cuán conscientes debemos ser ante el otro!